20 gen 2011

Giovanni Pascoli

Giovanni Pascoli


Giovanni Pascoli.Giovanni Pascoli (San Mauro di Romagna (Forlí), 31 de diciembre de 1855 - Castelvecchio di Barga, Bolonia, 6 de abril de 1912) está considerado como uno de los mayores poetas italianos de finales del siglo XIX.

Su poesía está caracterizada por una métrica formal en endecasílabos, sonetos y tercetos encadenados de gran simplicidad. A este clasicismo de la forma externa hay que unir el gusto por las lecturas científicas, a las cuales se debe su afición por los temas cósmicos y la precisión del léxico botánico y zoológico utilizado. Pascoli supo renovar los contenidos de la poesía tocando temas que hasta entonces habían sido evitados, y fue capaz de hacer comprender con su mensaje poético el placer de las cosas sencillas vistas con la sensibilidad infantil que cada uno lleva dentro de sí.

Durante toda su vida Pascoli fue un personaje melancólico, resignado a los sufrimientos de la vida y a las injusticias de la sociedad, convencido de que la sociedad que dominaba en su época era demasiado fuerte para ser vencida. A pesar de ello supo conservar un profundo y fraternal sentido de la humanidad. Una vez que el mundo racional y ordenado en el que creían los positivistas se hubo derrumbado, el poeta, enfrentándose al dolor y al mal que dominan en la Tierra, recuperó el valor ético del sufrimiento, que de tal forma consuela y eleva a los humildes e infelices, que los hace capaces incluso de perdonar a sus propios perseguidores.

"El poeta es poeta, no orador o predicador, ni filósofo, ni historiador, ni maestro, ni tribuno o demagogo, ni hombre de estado o de corte. Y ni mucho menos es, aun con la venia del maestro, un herrero que forje espadas, escudos o celadas; y ni mucho menos es, con la venia de tantos otros, un artista que pula y cincele el oro que otros le surtan. Para conformar un poeta valen infinitamente más su sentimiento y su mirada que el modo con el cual transmita a los otros el uno y la otra. " (G. Pascoli - de "El muchachillo" (Il fanciullino))



1 Infancia y juventud
2 El microcosmos pascoliano
3 La formación literaria
4 El interés por el mundo infantil
5 La poesía como mundo que protege del mundo
6 Myricae
7 El poeta y el muchachito
8 Bibliografía
8.1 Obras propias
8.2 Obras sobre Pascoli
9 Enlaces


Infancia y juventud
Hay pocos escritores a los que, como a Pascoli, las vivencias de su primera juventud les hayan determinado tanto el desarrollo creativo en su madurez. Parece incluso imposible comprender el verdadero significado de gran parte – y seguramente la parte más importante – de su producción poética si se ignoran sus dolorosos y tormentosos presupuestos biográficos y psicológicos, los cuales él mismo reorganizó como sistema semántico sobre el que construir su propio mundo.

Giovanni Pascoli nace el 31 de diciembre de 1855 en San Mauro de Romagna (provincia de Forlí), siendo el cuarto hijo de una familia con diez hermanos. El padre, Ruggero, era administrador de la finca "La Torre", perteneciente a los príncipes de Torlonia. El ambiente familiar, de tipo patriarcal y ligado tradicionalmente a los agrestes valores de la cultura rural, le dio gran serenidad y firmeza de carácter. A los doce años comenzó a frecuentar el liceo Rafael de Urbino, muy conocido en los Estados Pontificios y en la vecina Emilia-Romaña, regiones estas de antigua tradición humanística.

El 10 de agosto de 1867 su padre es asesinado a tiros mientras volvía a casa desde Cesena. Tanto las razones como los autores del delito permanecieron para siempre oscuros, al menos oficialmente, dejando este suceso traumático honda huella en la vida del joven Giovanni.

La familia comienza entonces a perder su nivel económico, sufriendo además una impresionante serie de nuevos lutos que la disgregan: obligados a abandonar la finca, el año siguiente morían su madre y su hermana Margherita; en 1871 su hermano Luigi y en 1876 el hermano mayor, Giacomo, el cual había intentado reconstruir la unidad familiar. Pascoli tuvo que abandonar el liceo de Urbino, pero pudo continuar sus estudios en Florencia gracias al interés de uno de sus profesores.

Durante sus estudios en el liceo realiza algunas composiciones ocasionales en verso, con motivo de los ejercicios de retórica al uso en aquel tiempo en los estudios religiosos. Seguramente la fantasía de Pascoli comenzaba ya a elaborar, en su mundo interior, todas las impresiones ambientales y sentimentales que la tragedia familiar había descargado sobre él.

En la biografía que nos ha dejado su hermana María, titulada “A través de la vida de Giovanni Pascoli”, el futuro poeta está representado como un muchacho sensato y vivaz, cuyo carácter no ha sido todavía alterado por las desgracias; durante años, ciertamente, su actitud parece voluntariosa y tenaz, decidido a terminar el liceo y encontrar el modo de realizar sus estudios universitarios (a pesar de su empeño, siempre frustrado, de buscar y castigar al asesino de su padre).

El punto de inflexión en su vida llega con su detención y posterior ingreso en la prisión de Bolonia, después de una redada de la policía entre los socialistas que habían organizado una manifestación contra el gobierno a causa de la condena del anarquista Filippo Passanante. Este aislamiento forzado, después de la revolucionaria experiencia de la universidad y de su compromiso político en los movimientos de izquierda, lo impulsan a reflexionar. Y es en este momento donde la crítica histórica registra lo que se ha conocido como la regresión infantil de Pascoli.

El microcosmos pascoliano

En el mundo literario italiano de los últimos dos siglos aparece recurrentemente la contraposición antagónica entre el mundo urbano y el rural, considerados ambos como portadores de valores opuestos; mientras que el campo aparece siempre como el “paraíso perdido” de los valores culturales y morales, la ciudad deviene símbolo de una condición humana maldita y desnaturalizada, víctima de la degradación moral causada por un ideal de progreso puramente materialista.

Esta contraposición puede interpretarse tanto a la luz del retraso económico y cultural de gran parte de Italia respecto al resto de naciones europeas, como a consecuencia de la división política y de la falta de una gran metrópoli unificadora como lo son París en Francia o Londres en el Reino Unido.

Los temas poéticos de la “tierra”, de la “aldea”, del “humilde pueblo” que aparecen hasta el final de la Primera Guerra Mundial no hacen sino repetir el sueño de la pequeña y lejana patria perdida, la cual el ideal unitario surgido a partir de la reunificación italiana no ha podido apagar del todo.

Pascoli contribuyó decisivamente a la continuación de esta tradición, si bien sus motivos no fueron los típicamente ideológicos del resto de escritores, sino que nacen de raíces más íntimas y subjetivas.

Obligado a causa de su profesión de profesor universitario a trabajar en ciudades, aunque no fueran éstas ciertamente metrópolis asfixiantes (Bolonia, Florencia y Mesina, donde enseñó durante algunos años y compuso algunos de sus mejores poemas, como por ejemplo el “Aquiles”), él nunca residió en ellas, preocupándose siempre del modo de garantizarse una “vía de escape” hacia su propio mundo de origen: el campo.

Puede decirse, además, que la vida moderna de la ciudad no entró nunca, ni siquiera como antítesis o contrapunto polémico, en la poesía pascoliana; él, en cierto sentido, no salió nunca de su mundo, el mundo que constituye el único gran tema de toda su producción literaria: una especie de microcosmos encerrado en sí mismo, como si el poeta quisiera defenderlo de un amenazador desorden externo, un mundo que sin embargo permanece innominado y oscuro, privado de referentes y de identidad, tal y como quedó el asesinato de su padre.

Sobre la ambigua y atormentada relación con sus hermanas (ese mundo familiar que bien pronto conformaría todo su mundo poético) el poeta Mario Luzi ha escrito con extrema claridad:


«De hecho se encuentra en los tres que la desgracia ha dividido y luego reunido una especie de fantasías y mistificaciones infantiles, en las cuales Ida sólo es cómplice en parte. Para Pascoli se trata en todo caso de una verdadera y propia regresión al mundo de los afectos y los sentidos, anterior a la responsabilidad; a ese mundo del que había sido expulsado violentamente y demasiado pronto. Podemos descubrir dos movimientos concurrentes: uno, casi paterno, que le sugiere reconstruir con fatiga y piedad el nido edificado por los padres, investirse del papel paterno, imitarlo. Otro, de naturaleza bien diferente, que le impulsa al contrario a encerrarse allí dentro con las hermanas pequeñas que son las que mejor le garantizan el regreso a la infancia, excluyendo de hecho, a veces con dureza, a los otros hermanos. En la práctica Pascoli defiende el nido con sacrificio, pero también lo opone voluntariosamente a todo lo demás: no es sólo su cura sino también su medida del mundo. Todo aquello que tienda a separarlo de él en cualquier modo lo hiere; otras dimensiones de la realidad no le parecen, positivamente, aceptables. Para hacerlo más seguro y profundo lo aleja de la ciudad, lo sitúa entre los montes de la Garfagnana donde puede sobre todo mimetizarse con la naturaleza.» (M. Luzi, en “Giovanni Pascoli”)

La formación literaria
El momento crucial en la formación literaria de Pascoli se produce durante los nueve años transcurridos en Bolonia como estudiante de la facultad de Letras (de 1873 a 1882). Discípulo del Carducci>, Pascoli vivió en el restringido círculo creado en torno al gran poeta los años más excitantes de su vida. Aquí, protegido de todas formas por la natural dependencia entre maestro y discípulo, Pascoli no tuvo necesidad de alzar muros que evitasen la confrontación con la realidad, limitándose a cumplir las indicaciones y modelos de su plan de estudios: los clásicos, la filología y la historia de la literatura italiana.

En 1875 pierde la beca y con ella el único medio de sustento con el que podía contar el poeta. La frustración y el desánimo lo empujan hacia el movimiento socialista en el que sería el único y breve paréntesis político de su vida
. En 1879 es arrestado y absuelto después de tres meses de cárcel; el posterior sentimiento de injusticia y la desilusión le llevaron a refugiarse en el aura de orden que rodeaba al maestro Carducci, finalizando sus estudios con una tesis sobre el poeta griego Alceo.

Al margen de sus estudios propiamente dichos, Pascoli realizó una vasta exploración del mundo literario y científico extranjero, a través de las revistas francesas especializadas como la “Revue des deux Mondes”, que lo pusieron en contacto con la vanguardia simbolista, y con la lectura de los escritos científico-naturalistas de Jules Michelet, Jean Henri Fabre y Maurice Maeterlinck.

Estos textos utilizaban la descripción naturalista – sobre todo la vida de los insectos, a causa de la atracción por el microcosmos característica del romanticismo decadente de final de siglo XIX – en clave poética; la observación se iniciaba gracias a los más recientes logros científicos como el perfeccionamiento del microscopio y los nuevos métodos experimentales, pero posteriormente se filtraba literariamente a través de un estilo lírico en el cual dominaba la sensación maravillosa y la fantasía.

Era una posición positivista romántica que tendía a ver en la naturaleza los aspectos pre-conscientes del mundo humano. Coherentemente con estos intereses le llegó también el interés por la llamada “filosofía del inconsciente” del alemán Eduard von Hartmann, la obra que inició la línea interpretativa de la psicología en sentido anti-mecanicista que condujo al psicoanálisis freudiano.

El interés por el mundo infantil
Es evidente, a partir de las lecturas anteriores (a la que hay que incluir la obra sobre psicología infantil del inglés James Sully) la atracción de Pascoli hacia el “pequeño mundo” de los fenómenos naturales y psicológicamente elementales que tan fuertemente caracterizarán toda su poesía. Y no sólo la suya.

Durante todo el Ottocento en la cultura europea se había desarrollado un particular culto hacia el mundo de la infancia, primero genéricamente en un sentido pedagógico y cultural, y después, hacia el final del siglo, con un cada vez más acentuado interés psicológico.

El romanticismo había ensalzado, siguiendo la estela de Gianbattista Vico y de Jean-Jacques Rousseau, la infancia como el estado natural primordial de la humanidad, entendiéndola como una especie de “edad de oro”. Hacia los años 80 se comenzó, en cambio, a analizar de modo más realista y científico la psicología de la infancia, desplazando la atención hacia el niño como individuo en sí, caracterizado por una propia realidad referencial. Así, la literatura infantil había producido en menos de un siglo una cantidad considerable de libros que constituyeron una verdadera literatura de masas hacia finales del siglo XIX. Libros para niños, como las innumerables colecciones de fábulas y cuentos, los de los hermanos Grimm en 1822, de Hans Christian Andersen en 1872, de John Ruskin en 1851, de Oscar Wilde en 1888 o como la obra maestra de Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas, en 1865; libros de aventuras adaptados a la infancia, como las novelas de Julio Verne, Rudyard Kipling, Mark Twain, Emilio Salgari o Jack London; o libros sobre la infancia con intencionalidad moralista o educativa como Sin familia de Hector Malot en 1878, El pequeño Lord Fauntleroy de F.H. Burnett en 1886, Mujercitas de Louise May Alcott en 1869 y los conocidísimos Corazón de Edmundo de Amicis en 1866 y Pinocho, de Carlo Collodi en 1887.

Todo esto nos sirve para reconducir, naturalmente, la teoría pascoliana de la poesía como intuición pura e ingenua, expresada en la “poética del muchachito” (Il Fanciullino), como el reflejo de un vasto ambiente cultural europeo perfectamente maduro para acoger su propuesta poética. En este sentido no puede hablarse propiamente de novedad, sino sobre todo de la sensibilidad con que él supo aprovechar un gusto difuso y un interés ya educado traduciéndolo en una poesía de una calidad como no se había visto en Italia desde la época de Giacomo Leopardi.

La poesía como mundo que protege del mundo
Tras su graduación en Bolonia en 1882, da comienzo su carrera de profesor de latín y griego en los liceos de Matera y de Massa. Allí quiso llevarse con él a sus dos hermanas menores, Ida y María, con las que intentó reconstruir el primitivo núcleo familiar. De 1887 a 1895 enseño en Livorno.

Mientras tanto comienza su colaboración con la revista “Vita Nuova”, en la que se publican las primeras poesías de su obra Myricae (de la cual se harían cinco ediciones hasta 1900). Vence, además, por trece veces consecutivas, la medalla de oro en el concurso de poesía latina de Ámsterdam con el poema “Veianus” y con sucesivos “Carmina”. En 1894 es llamado a Roma para colaborar en el ministerio de Instrucción Pública; en la capital publica la primera versión de los “Poemas cordiales” (Poemi conviviali): Gog y Magog.

En 1895 se muda junto con su hermana María a la casa de Castelvecchio, la cual convierte en su residencia habitual.

Las transformaciones políticas y sociales que agitaban los años del fin de siglo y preludiaban la catástrofe bélica europea y el advenimiento del fascismo, llevaron progresivamente a Pascoli, ya emotivamente afectado por el fracaso de su tentativa de reconstrucción familiar, a un estado de inseguridad y pesimismo todavía más marcado.

En 1899 escribió al pintore De Witt: «En el mundo no hay sino mucho dolor y misterio; pero en la vida simple y familiar y en la contemplación de la naturaleza, especialmente en la campiña, encontramos un gran consuelo, el cual no basta sin embargo para liberarnos de nuestro inmutable destino».

En esta contraposición entre la exterioridad de la vida social (y ciudadana) y la interioridad de la existencia familiar (y rural) se encuentra la idea dominante – junto al tema de la muerte – de la poesía pascoliana.

De su casa de Castelvecchio, dulcemente protegida de los bosques de la Garfagnana junto a la villa medieval de Barga, Pascoli no salió ya nunca (psicológicamente hablando) hasta el momento de su muerte.

A pesar de continuar trabajando intensamente en la publicación de poemas y ensayos, y de aceptar en 1905 suceder a Carducci en la cátedra de la Universidad de Bolonia, Pascoli nos ha dejado al mundo una visión unívocamente restringida a un “centro”, representado éste por el misterio de la naturaleza y la relación entre el amor y la muerte.

Parece como si, superado por una angustia imposible de dominar, el poeta hubiera encontrado en la herramienta intelectual de la composición poética el único medio de restringir los miedos y fantasmas de la existencia en un recinto bien delimitado, fuera del cual fuera posible continuar una vida con relaciones humanas normales. En este “recinto” poético trabajó con un extraordinario empeño creativo, construyendo toda una serie de versos y formas que no se habían visto, con tal complejidad y variedad, desde los tiempos de Gabriello Chiabrera.

Esta búsqueda sofisticada, artificiosa y elegante de las estructuras métricas elegidas por Pascoli – una mezcla de eneasílabos, pentasílabos y cuatrisílabos en una misma composición – ha sido interpretada como un paciente y atento trabajo de organización racional de la forma poética surgida de contenidos psicológicos deformes e incontrolables procedentes del inconsciente. En resumen, exactamente lo contrario de lo que los simbolistas franceses y otras vanguardias artísticas de comienzos del siglo XX defendían en su concepción de la espontaneidad expresiva.

Aunque la última fase de la producción pascoliana es rica en temáticas sociopolíticas (Odas e himnos en 1911, los póstumos Poemas itálicos y Poemas del Renacimiento, o el célebre discurso La gran Proletaria se ha movido de 1911 con ocasión de una manifestación a favor de los heridos en la guerra de Libia) no hay duda de que su obra más significativa está representada por los volúmenes poéticos que comprenden la colección de Myricae y los Cantos de Castelvecchio de 1901. Todo el mundo de Pascoli está allí: la naturaleza como lugar del alma desde el cual contemplar la m'uerte como recuerdo de los lutos privados.

«¿ Demasiado, tanta muerte? Pero la vida, sin el sentimiento de la muerte, sin, esto es, religión, sin aquello que nos distingue de los animales, es un delirio, intermitente o continuo, estoico o trágico. Por otra parte estas poesías han nacido casi todas en el campo; y no hay más imágenes, ni más campos, ni la blancura de los grandes navíos ni el verde de los bosques ni el dorado del grano, sino las procesiones o las comuniones que pasan; y no hay sonido que más se distinga entre el fragor de los ríos y los torrentes, sobre la inmensa espesura, sobre el canto de las cigarras y de los pájaros, que aquél del Avemaría. Crezcan y florezcan en torno a la antigua tumba de mi joven madre estas myricae (digamos cestos o frazadas) otoñales». (del prefacio de Pascoli a los Cantos de Castelvecchio)

Myricae
Término tomado de la égloga IV de Virgilio, su poeta preferido. Llevaban por lema, levemente modificado, este verso de dicha égloga: «arbusta iuvant humilesque myricae». En 1891 sale la primera edición de Myricae, colección de poesías calificadas como modestas por el propio Pascoli, que versan sobre temas familiares y campestres. En ella, entre otros poemas, se encuentra la famosa composición “Noviembre”.

Entre 1897 y 1903 enseña el latín en la universidad de Mesina, y con lo que obtiene de la venta de algunas medallas de oro obtenidas en los concursos, compra una casa en Castelvecchio. En 1905 es cuando obtiene la cátedra de literatura en la universidad de Bolonia, sucediendo en ella a Carducci.

El poeta y el muchachito
Uno de los temas sobresalientes con los que Pascoli ha pasado a la historia de la literatura es el conocido como la “poética del muchachito”, tan bien explicada por él mismo en el escrito homónimo aparecido en la revista Il Marzocco en 1897.

En ese escrito, Pascoli da una definición absolutamente completa – al menos según su propio punto de vista – de la poesía, vista como la perenne capacidad de asombrarse típica del mundo infantil, una predisposición irracional que se mantiene en el hombre incluso cuando éste se ha ya alejado, al menos cronológicamente, de la infancia propiamente dicha. Poesía, por lo tanto, no como razón o, peor, como simple "logos", sino como posibilidad de atribuir significados a las cosas que nos circundan, contempladas desde un punto de vista absolutamente subjetivo.
Pascoli fue también comentarista y crítico de la obra de Dante Alighieri, dirigiendo además la colección editorial “La biblioteca del pueblo”.

En 1912 muere a causa de un cáncer intestinal en Bolonia, siendo sepultado en el cementerio de Castelvecchio di Barga.

Bibliografía
Obras propias
1897 – El muchachito (Il fanciullino) (escrito publicado en la revista "Il Marzocco")
1891 - Myricae (Edición principal de sus poemas )
1897 – Poemillas (Poemetti)
1898 - Minerva oscura (Estudios sobre Dante)
1903
Cantos de Castelvecchio (dedicados a su madre)
Myricae (edición definitiva)
Mis escritos sobre la variada humanidad (Miei scritti di varia umanità).
1904
Primeros poemillas (Primi poemetti).
Poemas de la convivencia (Poemi conviviali).
1906 – Odas e himnos (Odi e Inni).
1907
Poemas de Castelvecchio (Canti di Castelvecchio) (Edición definitiva)
Pensamientos y discursos (Pensieri e discorsi).
1909
Nuevos poemillas (Nuovi poemetti).
Poemas itálicos (Poemi italici).
1911-1912
Poemas del Renacimiento (Poemi del Risorgimento).
La gran proletaria se ha movido (La grande proletaria si è mossa).


Obras sobre Pascoli
de Gian Luigi Ruggio: "Giovanni Pascoli – La atormentada vida de un gran poeta (y un apéndice con una amplia antología de sus mejores versos) – Simonelli editore.
de Maria Santini: "Candida Soror" – La vida de Maria Pascoli, la más querida hermana del poeta de la Yegua Pinta (la Cavalla Storna) – Simonelli editore.


Enlaces
Página oficial de la Fundación Giovanni Pascoli
Para profundizar en el conocimiento de este autor (en italiano)
Obras de Giovanni Pascoli: texto, concordancias y lista de frecuencia
índices estadísticos y de secuencias de la obra "Myricae"








Ma questo già non vuol dire che i versi del Pascoli manchino di carattere proprio; anzi l'uno se ne discernerebbe in mezzo a mille, a una certa sua risonanza, che qual sia non si sa sempre dire bene, ma che non si può confondere con altra.
Certo è che le parole più comuni in un verso di lui rendono un suono nuovo; pare che la sua voce nel profferire le faccia vibrare lungamente e tragga dai loro seni riposti echi non conosciuti.
Provate a leggerne qualcuno a caso:


O stolti, quelle trombe erano terra
concava donde il vento occidentale
traeva ansando strepiti di guerra


oppure

Salpava l'eternale àncora e mosse


o ancora


i fili di metallo a quando a quando
squillano, immensa arpa sonora al vento
e negli orecchi ronzano, alle bocche
salgono melodie dimenticate.


Son versi che possono contentare qual più qual meno; alcuno è veramente stupendo; ma tutti hanno qualche cosa di comune e di particolare, il suono, l'indefinibile aura pascoliana.
Pare che il loro effetto maggiore nasca dalla intensità del ritmo che li fa spaziosi e vibranti, tutta la loro consistenza è negli accenti che spiccano una battuta dall'altra, che creano fra le parole come un vuoto in cui ognuna si prolunga con vasta eco sonora. Rileggete quello che ho sottolineato, e vedrete se è vero.
In termini tecnici, la loro ragione è meramente quantitativa; il verso è sentito come un accordo di tesi profondamente calcate e di arsi vibranti, come musica pura.
Ma intendiamoci bene; musicali, si dice, non melodiosi; poiché a considerare le sillabe e i suoni in se stessi, quanti ce n'è invece duri aspri spezzati difficili!
E vorrei dire che la loro melodia non nasce semplicemente e materialmente dai suoni: nasce da ciò che egli, facendoli, li ha cantati; se li è cantati. Ma non è già la voce intonata caldamente a piena gola sulla lira, modulata e variata nella ricchezza della melodia; è una voce bianca che lascia cadere il verso come cosa venuta di lontano, da un invisibile mondo; voce piana, uguale, un poco stanca d'uomo a cui le parole non importano, poiché la sua anima è assorta: e gli basta che in quell'abbandono monotono di cantilena duri la muta eco dei sogni.
In quanto a fattura e struttura il verso del Pascoli è cosa molto semplice, le parole per solito seguono l'una l'altra secondo la legge dell'uso più comune. Non c'è discorso, non c'è disegno, non c'è composizione; e la frase è la frase usuale, che si trova su tutte le bocche. Voi potete scriverne di seguito quanti volete, senza che nessuno s'accorga mai, almeno alla disposizione e alla composizione delle parole, di avere innanzi dei versi. Da questo punto di vista non sono altro che prosa, la più povera delle prose («O madre il cielo si riversa in pianto, oscuramente, sopra il camposanto. È mezzanotte, nevica. A la pieve suonano a doppio, suonano l'entrata. Ti splende su l'umile testa la sera d'autunno, Maria. Uomini nella truce ora dei lupi pensate all'ombra del destino ignoto che ne circonda»).
Insomma, son versi senza forma; ma - perdonatemi l'orribile bisticcio - in quella mancanza di forma è la loro forma propria. In quell'indefinibile contrasto fra la intensità del ritmo e la povertà del suono, fra la profondità delle intenzioni e il languore dell'espressione, in quella musica vaga di risonanze e di echi, di suggestioni e di accentuazioni il poeta ha sentito se stesso; ha creato la qualità ultima della sua poesia.
Io non saprei descriverla meglio che con le parole di lui; ché veramente i suoi versi, secondo egli disse,


cantano come non sanno
cantare che i sogni nel cuore,
che cantano forte e non fanno
rumore.



Cantano forte e non fanno rumore: proprio così.



Giovanni Pascoli
Da Wikiquote, aforismi e citazioni in libertà.
Vai a: Navigazione, Ricerca
PD
Giovanni PascoliGiovanni Pascoli (1855 – 1912), poeta italiano.

Indice [nascondi]
1 Citazioni di Giovanni Pascoli
2 Canti di Castelvecchio
3 Myricæ
3.1 Incipit
3.2 Citazioni
3.3 Citazioni sul libro
4 Nuovi poemetti
5 Odi e inni
5.1 L'insegna del comune
6 Primi poemetti
7 A Verdi
7.1 Incipit
7.2 Citazioni
8 Incipit di alcune opere
8.1 Ai medici condotti
8.2 Il fanciullino
8.3 Le canzoni di Re Enzio
8.3.1 La canzone del Carroccio
8.3.2 La canzone del Paradiso
8.3.3 La canzone dell'Olifante
9 Citazioni su Giovanni Pascoli
10 Note
11 Bibliografia
12 Altri progetti
12.1 Opere


Citazioni di Giovanni Pascoli [modifica]
Caro il mio grano! Quando il mio tesoro, | mando al mulino, se ne va, sì, questo; | ma quello nasce sotto il mio lavoro. | […] | Tua carne è il pane – Ma tuo sangue, il vino – | Che sa l'odore di pan fresco! – E che cantare fa, cantar di tino! – (da Grano e vino in Poemetti 1900)
Cercava sempre, ed era ormai vegliardo. | Cercava ancora, al raggio della vaga | lampada, in terra, la perduta dramma. | L'avrebbe forse ora così sorpreso | con quella fioca lampada pendente, | e gliel'avrebbe con un freddo soffio | spenta, la Morte. E presso a morte egli era! [...] | Ed e' vestì la veste rossa e i crudi | calzari mise, e la natal sua casa | lasciò, lasciò la saggia moglie e i figli, | e per la steppa il vecchio ossuto e grande | sparì [...] (da Tolstoi, in Poemi italici)
Chi ha toccato una volta un'ingiuria – di sangue e di morte – non cesserà mai di toccarne di nuove. Piove sul bagnato: lagrime su sangue, e sangue su lagrime. (Nota bibliografica di Giovanni Pascoli per la sesta edizione di Myricae)
Conoscere e descrivere la mente di Dante sarà mai possibile? Egli eclissa nella profondità del suo pensiero: volontariamente eclissa. (da Minerva oscura)
Di quercia caduta ognuno viene a far legna. E tagliato l'albero, così grande e bello, perché hanno a sopravvivere i novelli? (Nota bibliografica di Giovanni Pascoli per la sesta edizione di Myricae)
[Giosuè Carducci] Egli sembra, anche nell'aspetto, una di quelle foreste sul lido del suo mare, le quali anche nella più quieta serenità pare che si contorcano alle raffiche del libeccio. (da Il maestro e poeta della Terza Italia, in Patria e umanità, p. 380)
Il sogno è l'infinita ombra del Vero. (da Alexandros, in Poemi conviviali)
Il poeta è poeta, non oratore o predicatore, non filosofo, non istorico, non maestro, non tribuno o demagogo, non uomo di stato o di corte. E nemmeno è, sia con pace del maestro, un artiere che foggi spada e scudi e vomeri; e nemmeno, con pace di tanti altri, un artista che nielli e ceselli l'oro che altri gli porga. A costituire il poeta vale infinitamente più il suo sentimento e la sua visione, che il modo col quale agli altri trasmette l'uno e l'altra. (da Il fanciullino)
[...] la parte alta della città che sembra voglia svincolarsi dal declivio collinoso su cui riposano le sue case, e forse desiosa di azzurro e di verde tende a stendersi, risalendo coi suoi fabbricati, ancora in alto, verso le montagne presilane che poi azzurramente cupe degradano sino, a poco a poco, a raggiungere le acque silenziose del classico golfo di Squillace. È sempre bello a vedere questo giardino, nei tepidi pomeriggi di autunno e nelle primavere aulenti, nelle fresche mattine d'estate e nelle luminose giornate d'inverno… (dalla Lettera inviata al Comune di Catanzaro, 1899)
Questo mare è pieno di voci e questo cielo è pieno di visioni. (da Un poeta di lingua morta[1], in Pensieri e discorsi)
Ridon siringhe del color di lilla | sopra la mensa e odorano viole: | la capinera è tra gli amici: brilla | tremulo il sole. || Tu pur, poeta, hai rifiorito il cuore | e trilli e frulli hai nella fantasia. | Le ignave brume e l'umile dolore | sorgi ed oblìa. (da Maggio, in Poesie famigliari)
Canti di Castelvecchio [modifica]
Al mio cantuccio, donde non sento | se non le reste brusir del grano | il suon dell'ore viene col vento | dal non veduto borgo montano. (da L'ora di Barga)
Che torbida notte di marzo! | Ma che mattinata tranquilla! | che cielo pulito! Che sfarzo | di perle! Ogni stelo, una stilla | che ride: sorriso che brilla | su lunghe parole. (da Canzone di marzo)
Egli coglieva ed ammucchiava al suolo | secche le foglie del suo marzo primo | (era il suo nuovo marzo), il rosignolo, || per farsi il nido. E gorgheggiava in tanto | tutto il gran giorno; e dolce più del timo | e più puro dell'acqua era il suo canto. (da L'usignolo e i suoi rivali)
Io sono una lampada ch'arda | soave! | La lampada, forse, che guarda, | pendendo alla fumida trave | la veglia che fila; || e ascolta novelle e ragioni | da bocche | celate nell'ombra, ai cantoni, | da dietro le soffici ròcche | che albeggiano in fila. (da La poesia)
La vergine dorme. Ma lenta | la fiamma del puro alabastro | le immemori palpebre tenta; | bussa alla chiusa anima . (da Il sogno della vergine)
Lascia che guardi dentro al mio cuore | lascia ch'io viva del mio passato; | se c'è sul bronco sempre quel fiore | s'io trovi un bacio che non ho dato! | Nel mio cantuccio d'ombra romita | lascia ch'io pianga sulla mia vita. (da L'ora di Barga)
Nascondi le cose lontane, | tu nebbia impalpabile e scialba, | tu fumo che ancora rampolli, | su l'alba, | da' lampi notturni e da' crolli | d'aeree frane! (da Nebbia)
Oh! Valentino vestito di nuovo, | come le brocche dei biancospini! | Solo, ai piedini provati dal rovo | porti la pelle de' tuoi piedini || Porti le scarpe che mamma ti fece, | che non mutasti mai da quel dì, | che non costarono un picciolo: in vece | costa il vestito che ti cucì. (da Valentino)
Myricæ [modifica]
Incipit [modifica]
Io vedo (come è questo giorno, oscuro!), | vedo nel cuore, vedo un camposanto | con un fosco cipresso alto sul muro. || E quel cipresso fumido si scaglia | allo scirocco: a ora a ora in pianto | sciogliesi l'infinita nuvolaglia.

Citazioni [modifica]
Al camino, ove scoppia la mortella | tra la stipa, o ch'io sogno, o veglio teco: | mangio teco radicchio e pimpinella. (O vano sogno, da L'ultima passeggiata)
Al rio sottile, di tra vaghe brume, | guarda il bove coi grandi occhi: nel piano | che fugge, a un mare sempre più lontano | migrano l'acque d'un ceruleo fiume. (da Il bove)
Anch'io; ricordo, ma passò stagione; | quelle bacche a gli uccelli della frasca | invidiavo, e le purpuree more; | e l'ala, i cieli, i boschi, la canzone: | i boschi antichi, ove una foglia casca, | muta, per ogni battito di cuore. (da La Siepe)
E tu, Cielo, dall'alto dei mondi sereni, infinto, immortale, oh! d'un pianto di stelle lo inondi quest'atomo opaco del Male. (da X Agosto)
Io la [la felicità] inseguo per monti, per piani, | pel mare, pel cielo, nel cuore, | io la vedo, già tendo le mani, | già tengo la gloria e l'amore. (da Felicità)
Manina chiusa, che nel sonno grande | stringi qualcosa, dimmi cosa ci hai! | Cosa ci ha? cosa ci ha? Vane domande | quello che stringe, niuno saprà mai. (Morto, da Creature)
Nella soffitta è solo, è nudo, muore. | Stille su stille gemono dal tetto | [...] La notte cade, l'ombra si fa nera; | egli va, desolato, in Paradiso. (Abbandonato, da Creature)
Noi mentre il mondo va per la sua strada, | noi ci rodiamo, e in cuor dopio è l'affanno, | e perché vada, e perché lento vada. (Il cane, da L'ultima passeggiata)
Odi, sorella, come note al core | quelle nel vespro tinnule campane | empiono l'aria quasi di sonore | grida lontane? (da Campane a sera)
Quanti quel roseo campanil bisbigli | udì, quel giorno, o strilli di rondoni | impazienti agl'inquieti figli. (da Quel giorno)
Rosa di macchia, che dall'irta rama | ridi non vista a quella montanina, | che stornellando passa e che ti chiama | rosa canina; (da Rosa di macchia)
Sempre un villaggio, sempre una campagna | mi ride al cuore (o piange), Severino: | il paese ove, andando, ci accompagna | l'azzurra visïon di San Marino: || sempre mi torna al cuore il mio paese | cui regnarono Guidi e Malatesta, | cui tenne pure il Passator cortese, | re della strada, re della foresta. (da Romagna)
Sappi – e forse lo sai, nel camposanto – | la bimba dalle lunghe anella d'oro, | e l'altra che fu l'ultimo tuo pianto, | sappi ch'io le raccolsi e che le adoro. (da Anniversario)
Vien per la strada un povero che il lento | passo tra le foglie trascina: | nei campi intuona una fanciulla al vento: | Fiore di spina! (da Sera d'ottobre)
Anch'io; ricordo, ma passò stagione; | quelle bacche a gli uccelli della frasca | invidiavo, e le purpuree more; | e l'ala, i cieli, i boschi, la canzone: | i boschi antichi, ove una foglia casca, | muta, per ogni battito di cuore. (da La Siepe)
Romagna

Sempre un villaggio, sempre una campagna | mi ride al cuore (o piange), Severino: | il paese ove, andando, ci accompagna | l'azzurra visïon di San Marino: | sempre mi torna al cuore il mio paese | cui regnarono Guidi e Malatesta, | cui tenne pure il Passator cortese, | re della strada, re della foresta.
Da' borghi sparsi le campane in tanto | si rincorron coi lor gridi argentini: | chiamano al rezzo, alla quiete, al santo | desco fiorito d'occhi di bambini.
Romagna solatìa, dolce paese | cui regnarono Guidi e Malatesta, | cui tenne pure il Passator cortese, | re della strada, re della foresta.

Citazioni sul libro [modifica]
Di questo libro che giunge ora alla sua sesta edizione, non rincresca al lettore, specialmente alla soave lettrice, un po' di storia.
Le più vecchie poesie del volume sono Il maniero (Ricordi IV) e Rio salto (ib. III), che furono fatti e, mi pare, anche pubblicati prima dell'80. Viene poi Romagna (Ricordi I) che è dell'80 o giù di lì. Fu poi pubblicata nella Cronoca bizantina, ma non so in qual numero: non la vidi mai. Poi ci fu un intervallo. Ero stretto dalle necessità della vita, e il canto non usciva dalla gola serrata. (Giovanni Pascoli, dalla Nota bibliografica, Massa settembre '86, in Myricae, Oscar Mondadori, 1967)
Nuovi poemetti [modifica]
Chi prega è santo, ma chi fa, più santo. (da E lavoro)
Dolore è più dolor, se tace. (da Il prigioniero)
Il poco è molto a chi non ha che il poco. (da La piada)
Odi e inni

Cantò tutta la notte un coro
di trilli arguti e note gravi;
e il plenilunio d'oro
splendé sul letto dove riposavi.
All'alba si diffuse un grande
odor nel portico: il tuo chiostro
fu pieno di ghirlande
una diceva: AL CARO PIN CH'È NOSTRO. (da A Giuseppe Giacosa)
Guardi chi passa nella grande estate: | la bicicletta tinnula, il gran carro | tondo di fieno, bimbi, uccelli, il frate | curvo, il ramarro. (da La rosa delle siepi)
TERRA! …— sì, terra, sì. Tristo | risveglio ! Dormivi, da secoli, || o portatore del Cristo, | dormivi; e giungeva a te l'eco || d'armi e di sferze; a te, presso | la tomba, il lor pianto sommesso | piangeano gli schiavi. || Esule cenere muta | non questo è l'arrivo: è il ritorno! || Dietro la poppa battuta | dall'onde, è la sera d'un giorno … || esule cenere mesta | del giorno latino! Ed è questa | la terra degli avi, || vecchia! È la notte del giorno | latino. È il fatale ritorno. (da: Il Ritorno di Colombo)
Tu [Otto von Bismarck] sei la Forza. Avanti dunque o conte, | principe, duca, esci dal tuo maniero, | galoppa sulla cupa eco del ponte, || corri pel mondo, ancora tuo!... Guerriero | dalla lunga ombra, ferma il tuo cavallo | nel campo, sotto quello stormo nero! (da Bismarck)
L'insegna del comune
Esce il Carroccio e sta sotto l'Arengo. | Par che si levi un pianto di donne. | – Quando tu parti, nulla qui rimane: | restano solo i morti nelle chiese.
Quando tu parti, teco viene il tutto: | poniam su le terre le vite nostre. | Le nostre vite porti uguali unite: | carico vai di grappoli e di spighe. La messa e il vespro sovra te si canta, | squillano a morte di su te le trombe. | No, non con noi restano nelle chiese | i Santi d'oro: escono teco in campo!
Vengono ai tocchi della Martinella, | che suona all'alba, a sera, a morto, a gloria. | o bel Carroccio, o forza arte ricchezza | e libertà comune!
Primi poemetti [modifica]
C'è qualcosa di nuovo oggi nel sole | anzi d'antico: io vivo altrove e sento | che sono intorno nate le viole || Sono nate nella selva del convento | dei cappuccini tra le morte foglie | che al ceppo delle querce agita il vento. (da L'aquilone)
Il ricordo è poesia, e la poesia non è se non ricordo. (dalla Prefazione)
Sì: sonava lontana una campana, ombra di romba; sì che un mal vestito | che beveva, si alzò dalla fontana, | e più non bevve, e scongiurò, di rito, | l'impaziente spirito. Via via | si sentì la campana di San Vito. (da L'Angelus)
A Verdi
Incipit
Per il dì trigesimo dal suo transito
Voi che notturni moveste | per le strade ancora ombrate; | ch'or nel vestibolo, al vento | antelucano, aspettate | ch'uno v'apra il monumento | del gran Morto; || voi che da quando le stelle | pendean bianche su le lande, | state: qui, sotto una mole | grave, v'ascosero il Grande; | qui: vedetela nel sole | ch'è già sorto. | Voi che recaste gli aromi | egli vivrebbe, se fosse | qui pur sotto questa pietra; | ma si levò, si riscosse, | volò via con la sua cetra, | non è qui.

Citazioni
Vive, ed è lungi, e ci manda | l'inno dell'anima umana | ch'è in esilio ed in martoro. | Presso una fiumana ha sospesa l'arpa d'oro: | non è qui.
Morto? Ma forse l'Italia dai due mari fu sommersa? | Dove fu l'Etna nevosa | l'onda ribolle e riversa? | dove stette il Monte Rosa, | c'è una duna?
Egli sul bianco cavallo | corse via con la sua tromba: | non è qui.
Oh! chi morì senza fine, | non ha fine, non è spento, | non è qui.
Dove? Nel cielo d'Italia! | Dove?...Chiedetene al Sole! | Qui non c'è che questa pietra. | Stare e posare, non vuole: | balzò su con la sua cetra, | non è qui.
Voi che sotterra cercate | l'ultimo Grande d'Italia, | – era l'ombra, e il giorno è sorto – | l'ultimo Grande d'Italia, | io vi grido, non è morto, | non è qui.
[Giovanni Pascoli, A Verdi, citato in Stefano Verdino, Un coro e terminiam la scena, Poesia, anno XIV, maggio 2001, n. 150, Crocetti Editore]

Incipit di alcune opere [modifica]
Ai medici condotti [modifica]
Cari e valorosi cittadini,
Voi per pochi giorni siete tornati alla fonte, vi siete riabbracciati alla madre, vi siete ricongiunti alla vostra giovinezza. E la fonte vi mescé ancora la pura limpida salubre bevanda, e la madre vi mise a parte, con l'antico affetto, de' suoi umani studi, e la giovinezza, se non aveva, ahimè! più le volate speranze e i labili sogni d'un tempo, vi rinsaldò e rinvigorì tuttavia nei nobili cuori i severi e alti propositi dei vostri principii.

Il fanciullino È dentro noi un fanciullino[2] che non solo ha brividi, come credeva Cebes Tebano che primo in sé lo scoperse, ma lagrime ancora e tripudi suoi. Quando la nostra età è tuttavia tenera, egli confonde la sua voce con la nostra, e dei due fanciulli che ruzzano e contendono tra loro, e, insieme sempre, temono sperano godono piangono, si sente un palpito solo, uno strillare e un guaire solo. Ma quindi noi cresciamo, ed egli resta piccolo; noi accendiamo negli occhi un nuovo desiderare, ed egli vi tiene fissa la sua antica serena maraviglia; noi ingrossiamo e arrugginiamo la voce, ed egli fa sentire tuttavia e sempre il suo tinnulo squillo come di campanello.

Le canzoni di Re Enzio
La canzone del Carroccio

Mugliano i bovi appiedi dell'Arengo.
Sull'alba il muglio nella città fosca
sparge l'odor del sole e della terra.
L'aratro appare che ricopre il seme,
appare il plaustro che riporta il grano.
Torri Bologna più non ha, che pioppi:
tra i suoi due fiumi, tremoli alti pioppi.

La canzone del Paradiso [modifica]
I bovi per l'erbita cavedagna
portano all'aia sul biroccio il grano.
Passa il biroccio tra le viti e li olmi,
con l'ampie brasche, pieno di covoni.
Sotto i covoni va nascoso il carro,
muovono i bovi all'ombra delle spighe.
La messe torna donde partì seme,
da sé ritorna all'aia ed alle cerchie.

La canzone dell'Olifante [modifica]
Fu il venerdì, ch'era dolore e sangue
e la battaglia al Prato delle rose.
Bello era il tempo e tralucente il giorno.
Enzio era volto a dove nasce il sole.
Di là! l'altr'anno, sorgere una stella
soleva, lunga, che parea selvaggia
del cupo cielo, e lo fendeva in fuga,
lasciando il segno come una ferita.

Citazioni su Giovanni Pascoli [modifica]
Di fatto si determina nei tre [Giovanni Pascoli e le due sorelle minori Ida e Mariù] che la disgrazia ha diviso e ricongiunto una sorta di infatuazione e mistificazione infantili, alle quali Ida è connivente solo in parte. Per il Pascoli si tratta in ogni caso di una vera e propria regressione al mondo degli affetti e dei sensi, anteriore alla responsabilità; al mondo da cui era stato sbalzato violentemente e troppo presto. Possiamo notare due movimenti concorrenti: uno, quasi paterno, che gli suggerisce di ricostruire con fatica e pietà il nido edificato dai genitori; di investirsi della parte del padre, di imitarlo. Un altro, di ben diversa natura, gli suggerisce invece di chiudersi là dentro con le piccole sorelle che meglio gli garantiscono il regresso all'infanzia, escludendo di fatto, talvolta con durezza, gli altri fratelli. In pratica il Pascoli difende il nido con sacrificio, ma anche lo oppone con voluttà a tutto il resto: non è solo il suo ricovero ma anche la sua misura del mondo. Tutto ciò che tende a strapparlo di lì in qualche misura lo ferisce; altre dimensioni della realtà non gli riescono, positivamente, accettabili. Per renderlo più sicuro e profondo lo sposta dalla città, lo colloca tra i monti della Garfagnana dove può oltre tutto mimetizzarsi con la natura. (Mario Luzi)
Entrare nell'orizzonte pascoliano, senza esserne complici, è un'esperienza simile a una tortura; ma, una volta entrati, fatto il primo passo, chiudere l'argomento e tagliare la corda è impossibile: le viscere pascoliane non hanno fine, perché non hanno forma. (Cesare Garboli, Trenta poesie famigliari di Giovanni Pascoli, Einaudi, 1990, p. XXVII)
Giovanni Pascoli rimarrà per gli Italiani il grande lirico delle intime tombe familiari, come Ugo Foscolo è il grande cantore delle tombe che la Nazione conserva ai suoi figli immortali.
Per questi nostri due sommi vati si completa la Italiana Lirica dei Sepolcri! (Guglielmina Ronconi)
Note [modifica]
↑ Discorso commemorativo in onore del latinista Diego Vitrioli, Messina 1898.
↑ PLATONE, Fedro, 77 E. E Cebes con un sorriso, "Come fossimo spauriti", disse, "o Socrate, prova di persuaderci; o meglio non come spauriti noi, ma forse c'è dentro anche in noi un fanciullino che ha timore di siffatte cose: costui dunque proviamoci di persuadere a non aver paura della morte come di visacci d'orchi."
Bibliografia [modifica]
Giovanni Pascoli, Ai medici condotti nella clinica di Sant'Orsola, Milano, Ed. il Giardino di Esculapio (Tip. N. Moneta), 1955.
Giovanni Pascoli, Il fanciullino, in "Saggi brevi", a cura di Franco Rella, Giorgio Agamben, Feltrinelli, 1982.
Giovanni Pascoli, Le canzoni di re Enzio, Nicola Zanichelli editore, Bologna, 1928.
Giovanni Pascoli, Myricae, Oscar Mondadori, 1967.
Giovanni Pascoli, Odi e Inni, Edizioni Mondadori.
Giovanni Pascoli, Poesie e prose scelte, (2 vol.), I meridiani, Arnoldo Mondatori Editore, Milano 2002
Giovanni Pascoli, Poesie (Vol. I), Oscar Classici, Arnoldo Mondatori Editore, Milano 1997, ISBN 88-04-42323-4
Giovanni Pascoli, Poesie (Vol. II), Oscar Classici, Arnoldo Mondatori Editore, Milano 1997, ISBN 88-04-43805-3
Giovanni Pascoli, Patria e umanità, in Prose (Vol. I), Arnoldo Mondatori Editore, Milano 1952.



Piove sul bagnato modo di dire italiano. Questa espressione trae origine da Giovanni Pascoli che nelle sue Prose scrive "Piove sul bagnato : lagrime su sangue, sangue su lagrime". L'espressione in seguito ha avuto molto successo ed è rimasta nella lingua comune ad indicare che le disgrazie spesso non vengono mai sole o così appare a chi soffre e crede di essere tormentato dalla sfortuna. In inglese un'espressione dal significato simile è When it rains, it pours (Quando piove, diluvia).